miércoles, 15 de diciembre de 2010

El Papá Noel argentino

Un dios latinoamericano, acodado en las ramas más altas de un ombú al que el respeto le hacía temblar las hojas, hizo un gesto así, con la mano, como diciendo Latinoamérica es mía. Se acariciaba la barba y tecleaba con un dedo la notebook apoyada en una nube pasajera leyendo una Web de ofertas de regalos made in para estas felices fiestas.
Mientras tanto el papá Noel argentino se empeñaba en reparar los juguetes que había encontrado revolviendo el basural. Muñecas sin brazos, pelotas de fútbol desgajadas y autitos sin rueditas. A las muñecas les enganchaba los brazos sueltos con un alambre, a las pelotas de fútbol las untaba con grasa de vaca y a los autitos sin rueditas les ponía una ruedita sin autito. La mesa estaba llena de papeles, cinta scoch, pomitos de pega todo, tijeras, pinzas, martillos, almohadillas de alfileres, agujas, hilos de colores, miguitas de imaginación, esperanza, ángeles de lata y cartas de los pibes.
El dios latinoamericano bostezaba y de soslayo controlaba al papá Noel argentino que había quedado en terminar todo para las doce si el tictac de las puntas de las manecillas del reloj del diablo no le tatuaban arrugas de angustia en la cara. Todo sea con tal de ahorrarle un peso al bolsillo agujereado, que al final una muñeca de trapo industria nacional y mirada fija no es menos muñeca que esas de plástico y ojos celestes que se cierran y tienen un sello de Taiwan en la planta del pie.
Pero se había hecho tarde por culpa del sol que es mas lento que un molino sin aire y no corre ni aunque los yanquis se estén robando las tranqueras de la Patagonia.
Se había hecho tarde y el dramatismo de la única vela pintaba con el pincel de la llamita el interior del rancho de color naranja atómico. Afuera María miraba al dios latinoamericano con las brasas encendidas preguntando la hora y a ver si terminará para las doce este condenado y todo el campo estaba azul como el manto de la virgen. El dios latinoamericano entornaba los ojos al cielo con el índice creador posado por las dudas en la tecla enter de un servicio de mensajería urgente puerta a puerta y rezaba un padre nuestro aunque él sea guacho.
A las doce dan las doce campanadas y millones de pequeños corazones demandantes rodearán los árboles de navidad y buscaran entre sus ramas un paquete con un moño por mas que no hubiera un paquete con moño.
El papá Noel argentino trata de cumplir como todos los años aunque la deuda eterna nacional venga degollando navidades y escurra las sonrisas de los niños de dios por las bocas de tormenta de las veredas argentinas. Trata de cumplir aunque el desempleo venga amputando felices años nuevos y arroje los dedos del sueldo mínimo a los chanchos. Trata de cumplir aunque la economía tale los árboles de navidad y deje en la penumbra del comedor las lucecitas intermitentes quemadas. Trata de cumplir aunque el dólar venga boleando cachilos y el euro pavos rellenos y entre las dos monedas de una sola cara tiren la canasta familiar a la mierda.
A las doce menos cinco el papá Noel argentino se ajustó el cinturón lleno de monedas, se puso un sombrero de ala ancha, se cargó el enorme costal lleno de regalos envueltos en papeles de diario pintados con acuarela al hombro, le dio un sorbo al mate del estribo, se mojó la punta del índice y del pulgar con saliva y los apoyó en la mecha de la vela que hizo pssst y se apagó. Afuera el caballito zapateo preparando el vuelo y los teros vigilantes le chusmearon a la virgen que el papá Noel argentino se iba. El dios latinoamericano cerró la notebook, la luz de la pantalla dejó de iluminarle la cara y se recostó como si hubiera trabajado un año seguido. La virgen suspiró aliviada y en el suspiro dijo ay dios mío ay dios mío.
A las doce y un segundo el papá Noel argentino ya había cumplido, se había sacado las espuelas y había repartido en lugar de una espeluznante cantidad de pedidos de playstations, celulares y emepetreses, un sinnúmero de juguetes recauchutados con una millonada de tarjetitas que decían “otra vez será”.

jueves, 14 de octubre de 2010

El planisferio

Corre el imperio a resguardar sus bancos con el capital de las vidas mas cortitas del siglo en curso y no se le cae la cara de vergüenza por gastar toneladas de recién nacidos en la campaña electoral de la capital del planeta. No hay derecho. Derechos son los mástiles que sostienen las banderas y no otra cosa, por ahora. Créditos infames piden aquellos a los que les falta un punto de sal en la comida y no aquellos a los que además del punto de sal les falta la comida entera.
Cachirulo encontró un planisferio tamaño oficio revisando una bolsa de basura y se quedó rascándose la cabeza cuando el Pachuca le explicó que eso era el mundo. El mundo es mas grande, le contestó convencido Cachirulo recordando que una noche uno de los pibes, señalando el cielo del barrio, había dicho que los planetas eran grandísimos hasta allá arriba y todos se habían quedado boquiabiertos mirando las estrellas. Y sí, mas grande también es Maradona, sin embargo nosotros lo vemos así de chiquito en las figuritas, dijo entonces el Pachuca haciendo un gesto con el índice y el pulgar. ¡Pero no hay derecho!, protestó Cachirulo, sacudiendo el planisferio con una mano y dándole cachetadas con el reverso de la otra, ¡En este papelito de mierda no entra nadie!. El Pachuca sonrió imaginándose al Cachirulo y a sus siete hermanos, el papá, la mamá, la tía y la abuela organizándose para dormir en el ranchito de cuatro por cuatro. Se puso de pie y acomodó en el carrito un par de zapatillas con las suelas despegadas que habían encontrado en la calle y cuatro yogures vencidos rescatados de los contenedores del supermercado. Cachirulo también se subió sin dejar de observar atentamente el planisferio. Pachuca tanteo la goma de la bici para verificar que siguiera inflada, se montó y empezó a pedalear. Entre los chirridos propios de la falta de aceite del piñón y el tintineo de las botellas vacías, Cachirulo empezó a reflexionar en lo injusta que es la vida. Tumbado de espaldas sobre la carga del carrito, con un brazo abajo de la nuca haciendo de almohada y el otro extendido sosteniendo el planisferio que se recortaba como una paradoja sobre un firmamento celeste y blanco, repitió, no hay derecho. Si que hay, le contesto recién entonces el Pachuca sin dejar de mirar al frente, hay derecho pero nadie le da bola.
La tarde verdadera caía cuando ellos entraban al barrio teñidos de tonalidades azules y naranjas y las bandadas de gorriones que habían estado jugando mas que cualquier pibe entre las ramas de los jacarandas desaparecían sin dejar rastro alguno. Cachirulo se bajó del carrito al tiempo que todo se iba tornando mas oscuro y el Pachuca estacionó la bicicleta que se había vuelto del color de las sombras. Por ejemplo tendríamos que poder ir a la escuela de una, dijo el Pachuca dando un chasquido con los dedos en el aire y el Cachirulo por primera vez en todo el viaje despegaba los ojos del planisferio y los dirigía a la silueta de su amigo recortada en las penumbras, o por ejemplo tendríamos que poder morfar todos los días, balbuceó, mientras con la manga de la remera limpiaba un churrete que caía de uno de los yogures que se estaban por repartir. Dulces pecados del mundo como caramelos sueltos en la palma de un ladrón adolescente, irresponsabilidades de una vida donde se condena mas al futuro elector de un pibe que se caga de hambre que al presente de un presidente electo comiendo pavo con las garras. ¿O vos que te creés?, siguió el Pachuca, ya sé que el mundo es gigantesco, pero decime si no se parece más a ese papelito de mierda que encontraste en la basura. Cachirulo volvió a mirar el planisferio, se lo acercó un poco a los ojos porque ya no se veía casi nada y respondió. Y si, la verdad que si. En este conflicto bélico por la subsistencia, primero deje la vida por la patria jovencito, y después reclámele a la patria lo que a usted le toca por haber dejado la vida en ella. ¿Donde está Argentina?, preguntó Cachirulo apretando los ojos. Pachuca se acercó, buscó en entre las líneas confusas del papelito apuntando con el meñique hasta que descubrió los límites del país, por aquí, señaló. Viva la patria entonces, dijo en broma Cachirulo, lanzando una risita contagiosa. Si, viva esa patria donde pastan las vacas a buen resguardo del abigeato local y a merced de las ajenas mandíbulas batientes. Con que poco te conformás Cachirulo, hace un ratito decías que no había derecho, le recordó el Pachuca. Cachirulo hizo un bollito con el mapamundi, lo tiró al aire, le dio una bolea de zurda y cantó un gol imaginario. El bollito se hundió en una zanja de agua podrida y el Cachirulo le dijo al Pachuca sin dejar de reírse, lo digo en joda, mañana mismo empiezo a reclamar mis derechos, y los dos estallaron en unas estridentes carcajadas. Derechos son los mástiles que sostienen las banderas y no otra cosa, por ahora, así que el Pachuca chocó las manos con el Cachirulo en el aire imperceptible del verano y se fue a dormir en paz el sueño empedernido de los suburbios.

jueves, 16 de septiembre de 2010

¿Angélica donde estás?

Ni las despiadadas amenazas de muerte que el dólar le asesta en la espalda a la economía nativa ni el desenfreno contemporáneo de este siglo veintiuno habían logrado sacarlo nunca de sus casillas. Está bien que Cachito tenía solo doce años pero su serenidad era casi un milagro si tenemos en cuenta la inestable balanza de la ley de ecuanimidades, una balanza donde, por ejemplo, los muertos de hambre conviven socarronamente con el perfume Número Uno Imperial Majesty de setecientos mil pesos el frasquito.
No. Nadie, nunca ni nada subvertían a Cachito. Solo la mirada profunda de Angélica.
Angélica de los barrios altos que estabas mas cerca del cielo que de la tierra y yo a tus pies sin poder alzar un vuelo de gorrioncito te tenía que espiar desde la vereda Angélica, ¿donde estás?.
Angélica del otoño de las cortinas bordadas que hacías que estudiabas pero me mirabas y no querías que me dé cuenta que me estabas mirando pero yo me daba cuenta Angélica, ¿dónde estás?.
Ni la ignorancia que a la pobreza le dispensan los altos estratos sociales, ni lo ciega, sorda y muda que se ha quedado la justicia, habían logrado despertarle nunca envidia ni animadversión alguna. Está bien que Cachito tenía solo doce años pero su tolerancia era casi heroica si tenemos en cuenta la brutal desproporción que existe entre la frivolidad y la compasión, una desproporción que permite, por ejemplo, que pululen alegremente los indigentes a la intemperie con la Bridge Suite del hotel Atlantis en las islas Bahamas de setenta y siete mil quinientos pesos por día.
No. Nadie, nunca ni nada subvertían a Cachito, solo la mirada profunda de Angélica.
Angélica del invierno de los vidrios empañados de calefacción donde hacías unos huequitos con los dedos para que tu mirada viera como ahí abajo yo me aguantaba el frío igual que Súperman nada mas que por verte en la ventana Angélica, ¿dónde estás?.
Angélica de la primavera de las ventanas abiertas y tu mirada completa revoloteando en la siesta de las mariposas y yo en la vereda llena de flores te quería Angélica, ¿dónde estás?.
Ni la flagelación del descrédito que acecha constantemente las manos vacías en los bolsillos rotos, ni la cultura sectaria que abandona la nobleza de los que trabajan en la mas puta insalubridad pero jamás roban nunca habían logrado deshacer la pureza de su alma. Está bien que Cachito tenía solo doce años pero su lealtad era casi la gloria si tenemos en cuenta el infame abismo de diferencias que existe entre la declaración de los derechos humanos y los seres humanos propiamente dichos, un abismo en el que fluctúan, por ejemplo, los pobres desamparados de esta tierra y la biplaza Bugatti Veyron de Volkswagen de tres millones quinientos cincuenta y seis mil pesos.
No. Nadie, nunca ni nada subvertían a Cachito. Solo la mirada profunda de Angélica.
Angélica del verano, tu casa toda cerrada y algo me quema en el pecho mas todavía que la vereda desierta como un desierto caliente de sol en la planta de mis pies descalzos Angélica, ¿dónde estás?.
Angélica de vacaciones si supiera donde fuiste correría tanto como la ventanita del tren donde van tus ojos y vos me seguirías con tu mirada por los paisajes, y en las estaciones apoyaría las palmas de mis manos en el vidrio donde están apoyadas las palmas de tus manos para que se puedan ir juntas de vacaciones las tuyas como siempre y las mías para aprender Angélica, ¿dónde estás?.

viernes, 20 de agosto de 2010

Los vuelos rasantes del ángel delator

Memorias de una muñequita manca

Displicente y mentiroso como el eslogan de una campaña electoral el tiempo pasa sobre los techos de chapa de las villas argentinas. Displicente y mentiroso por mas que la cola de la estrella fugaz vaya dejando un montón de brillitos en el aire y nos confunda buenamente el ánimo al tratar de alegrar un poco el derrotero de los reyes magos. Brillitos efímeros que apenas duran lo que dura la propaganda de esa refulgente muñeca nueva en los onerosos segundos de la televisión navideña y ya está, habrá que ponerse a esperar las próximas fiestas para verlos de nuevo y de lejos, y con un cachito de alambre arreglarle el bracito a la muñequita manca y consolarle la existencia para que no se acobarde y siga viviendo en la miseria unos años mas.
La noche era azul como los pecados capitales y la esperanza blanca como la franja del medio de la bandera de este plateado país. Pasé a visitar un ratito a Noel, a los reyes y al pibe de dios justamente con el ánimo de manguearles algún bracito de sobra, aunque sea fallado. Les estuve cebando unos mates y traté de sacarles conversación pero estaban tan preocupados preparando ese injusto reparto de juguetes y esa trasnochada vuelta al mundo que no me dieron ni cinco de bola así que me fui asqueado de tanto santo y tanto monarca y terminé charlando con los pobres camellos, con los que, sinceramente, me sentí mucho mas identificado que con los reyes por el solo hecho de que están tan jorobados como nosotros. Total que me monté en uno y nos fuimos en patota a dar una vuelta previa por la actualidad nacional. No se si habrá sido el cambio climático, el resplandor del sol del escudo (que nunca se termina de asomar), la inflación (que nunca se termina), el porrón que nos chupamos antes de subir o las jorobas de mis amigos, pero desde allá arriba, la verdad, no se notaban demasiados progresos. Es mas, daba toda la impresión de que las mismas baldosas seguían despegadas de las mismas veredas y de que la deuda externa perduraba tan intacta como perdura la cara dura de los torturadores en sus blandos arrestos de entre casa. Si no fuera porque, aún aguzando la vista, no pude confirmar con certeza la situación (y no me gusta mentir demasiado), juraría que todo está igual, lo que resulta verdaderamente decepcionante si sacamos la cuenta de la cantidad de platos que lavamos para poner la casa en orden, de los puntos finales que le pusimos a nuestros reclamos, de lo debidamente obedientes que al final fuimos nosotros y no los que debían serlo, de las suelas que nos gastamos caminando para seguir al que no nos iba a defraudar, de las cirugías sin anestesia que nos aguantamos sin desmayo o de lo último que se perdió que fue esa millonada de esperanzas. Si no fuera porque, aún aguzando la vista, no puedo confirmar con certeza la situación (e insisto, no me gusta mentir demasiado), juraría que a la Argentina que viene, como he oído decir por ahí, no la podemos hacer entre todos primero porque la Argentina que viene ya llegó hace un rato largo, segundo porque el tiempo sigue pasando displicente y mentiroso como el eslogan de una campaña electoral y tercero porque para que a la Argentina que viene la hagamos entre todos siempre nos van a faltar aquellos sesenta mil brazos (mas el de la muñequita manca).
Memoria señoras y señores, memoria y recién después feliz navidad.

martes, 17 de agosto de 2010

¿Donde están las putas llaves?

Deberíamos preguntarnos continuamente que hacen todos esos pibes en la calle. Deberíamos, porque de tan reiteradas, sus historias convierten la respuesta en una obviedad. Y la respuesta no debería ser obvia. Debería ser cuanto menos inquietante, cuanto menos diaria, cuanto menos movilizadora.
Todos esos pibes en la calle, buscan. Entre los desperdicios que los pudientes tienen capacidad de desperdiciar, buscan. Entre las tripas metálicas de la maquinaria social que los mastica, buscan. Entre la basura y el desamparo, buscan.
Rodeados de puertas cerradas, las puertas cerradas del futuro digno, las puertas cerradas del te quiero pibe, las puertas cerradas del te doy la mano, las puertas cerradas del tomá un cachito, las puertas cerradas del vení conmigo. Rodeados de puertas cerradas buscan las llaves que las abra. Hasta esa delicadeza tienen, la delicadeza de buscar una llave que las abra cuando dan ganas de abrirlas para siempre a las patadas.
Si, deberíamos preguntarnos continuamente que hacen todos esos pibes en la calle y la respuesta no debería ser obvia, debería ser cuanto menos inquietante, cuanto menos diaria, cuanto menos movilizadora, o cuanto menos una llave.
Buscan, claro, porque se supone que el que busca, debería encontrar.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Ni tan rápido la vida ni tan despacio la muerte

Estamos trabajando para que no pase tan rápido la vida ni tan despacio la muerte, para recuperar los soles de nuestros sueños y las lunas de nuestros desvelos. Nos intercambiamos suertes y verdades para crecer iguales. Recuperamos infancias, inventamos juventudes y queremos ser grandes cuando tengamos que ser grandes.
Somos la guerra contra los relojes en la paz de las agujas, empuñamos nuestras armas con dulzura. Nuestras armas son la historia, la memoria y esta vida. Sabemos matar el tiempo pero no tenemos filo y entonces, resucitamos hasta los tiempos perdidos. Nuestra sangre hecha moneda paga el derecho de piso, pero no tenemos miedo o tenemos muy poquito, o igual que tenemos hambre tenemos sed de futuro. Somos historias urgentes, somos deseos presentes, memorias del día a día. Hoy por hoy somos sonrisa, pero estamos trabajando para comprarnos la alegría entera. Dame un sol, te doy mi luna, dame tu luna, yo el sol. Ni tan rápido la vida, ni tan despacio la muerte, inmortal es el amor, rico es quien entrega el alma, pobre el que ahorra corazón y amigos todos nosotros, amigos de sol a sol.